La
Teosofía sostiene la tesis de que el orden llena el Universo, que
nada existe que no esté bajo el imperio de la ley. Un plan divino
gobierna el Universo, que nada existe que no esté bajo el imperio
de la ley. Un plan divino gobierna todas las cosas. La ley natural opera
no sólo en el mundo físico, sino también en los reinos
del pensamiento y del sentimiento.
La
ley se refiere particularmente a la acumulación de efectos producidos
por causas engendradas por nuestras actitudes y acciones del pasado, e incluye
las nuevas causas iniciadas en el presente que habrán de tener efectos
en el futuro.
La
ley actúa no importa que nosotros seamos o no conscientes de ella. Mediante
su actuación se moldean nuestros destinos. Su acción continua
se origina y depende únicamente del libre albedrío del hombre.
Por causa de su ignorancia el hombre se ata a sí mismo mediante sus
actos, sentimientos y pensamientos egoístas y sólo cuando
haya aprendido que para encontrar la felicidad y la paz deberá cesar
en su proceder egoísta, empezará a aplicar la ley conscientemente
para liberarse de la necesidad clíclica de la reencarnación.
Debe darse cuenta que el más leve pensamiento o acto tiene sus consecuencias
inevitables. La muerte no salda la cuenta, al igual que el mudarse a otro
pueblo no le libra de las deudas incurridas en el anterior.
En
verdad sin esa ley, el hombre iría a la deriva en un mar sin orillas,
sin carta de navegación y sin brújula, a merced de todos los
vientos contrarios e impelido hacia adelante sólo por la incesante
marea de la evolución.
La
ley de por sí es impersonal, no es buena ni mala. Dios, o el bien,
puede definirse, desde el punto de vista evolutivo, como el poder que fomenta
e impulsa la evolución; el mal es por tanto lo que se opone al progreso
hacia la perfección. Aún en el caso de malas acciones la ley
actúa, no para castigar al que procede mal, sino para enseñarle.
Con la lección aprendida sin posibilidad de fracaso, queda logrado
el propósito de la naturaleza.
La
belleza y majestad de la ley ha sido resumida en las siguientes palabras:
"Cada hombre es su propio legislador, el dispensador de gloria o de
tristeza par sí mismo; el ordenador de su vida, su recompensa y su
castigo... No desees sembrar para tu propia cosecha; desea sólo regar
la semilla cuyo fruto habrá de alimentar al mundo".
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